Básicamente somos agua; como todos sabemos, esta supone entre el 70% y el 80% de la composición corporal. El resto de nuestros constituyentes son minerales y, en menor proporción, gases, producto de la actividad celular o del intercambio con lo que consideramos el medio externo, o de nuestra respiración. Si somos agua, somos también fluidez, adaptabilidad, algo informe y multiforme a la vez.

Es posible darse cuenta que sumergirse en el agua es como sumergirse en uno mismo. Allí, en la inmersión y gracias al fenómeno natural de la atención, somos capaces de detectar a través de las sensaciones corporales y del propio movimiento externo -articular, de órganos y tejidos- o interno -sentimientos, emociones, imágenes mentales fruto del recuerdo, de la imaginación o de la intuición-, todo aquello que viaja con nosotros. Un auténtico descubrimiento de lo que nos habita, de nuestro mundo interior.

Además, con un acompañamiento cálido, sereno y respetuoso como el que se propone en la Liberación Acuática Corporal, llegamos a identificar cuales de esas cosas que están ahí, han dejado ser ser útiles para nosotros, que ya no aportan ni construyen y que nos alejan de la vida, de la felicidad y de la plenitud. Entonces y sin apenas esfuerzo, con la plena consciencia que otorga la comprensión, podemos elegir soltar, dejar ir todo eso y transformarnos a nosotros mismos y a nuestras vidas, liberándonos de lo que ya no somos, permitiéndonos Ser eso que si Somos: agua.